Un Amigo Divino

¡Qué seguridad me da
que el Espíritu me guíe!
El se goza en dirigir
a aquel que se lo permite.

Mi Creador me ama tanto
que me dio el libre albedrío
para que yo decidiera
de mi voluntad seguirlo.

A fin de que lo lograra
decidió enviar a su Hijo
y en la cruz me declarara:
insuficiente en mí mismo.

Desde entonces comprendí
que sin su ayuda no puedo,
mas El ya me había enviado
en su amor al Paracleto.

En mi corazón creí
también en esa promesa
que JESÚS hizo al partir
y en Pentecostés cumpliera.

No tardó el Ayudador
en tomar el señorío
de mi espíritu, alma y cuerpo
pues me rendí y El lo hizo.

Ahora yo me gozo en Él
y Él se deleita conmigo;
a JESÚS glorificamos.
¡El es mi Amigo Divino!